sábado, 30 de enero de 2010

Función de crueles

Había venido del campo. Caminaba con las piernas arqueadas como si todavía estuviera sobre su caballo. Le decían Overo. Era feo, feo en serio. Tenía la cara llena de manchas que se prolongaban a su pelo ajado, como cortado a hachazos, con mechones que colgaban a cada lado intentando disimular sus gigantes orejas.
Tenía un aire a cordero o a caballo, una cruza entre ambos, con la cara larga y esos vellones que simulaban ser su cabello. No era tonto, sin embargo era quizás algo peor: nada fácil de explicar entonces. El símbolo o parodia que nos hacía falta en el secundario número cinco, Martin Miguel de Güemes tercero de perito mercantil.
Ignacio lo decidió por todos, ni bien lo vio. Fue un día de Mayo. Había llegado tarde a clase y se detuvo en el marco de la puerta. Lo miró, sacudió la cabeza y nos miró. Volvió a mirarlo fijamente y dijo:
-Disculpen ¿Eso qué es?
Ese fue el principio del final, pero en ese momento no lo sabíamos.
Siempre estaba a un lado solo, rechazado por el resto. Ignacio nunca perdía oportunidad para burlarse de Overo pero esto parecía no afectarle al feo.
Si bien se sabe que a esa edad los muchachos pueden ser muy crueles, también es sabido que ser rechazado puede marcar a una persona para siempre.
Nunca podíamos ponernos en contra de las burlas de Ignacio, sus ocurrencias eran magnificas y nuestras risas terminaban apoyándolo.
Pensamos que esto sería solo por un tiempo, que todo era por la primera impresión y poco a poco nos olvidaríamos de Overo, nos acostumbraríamos, sin darnos cuenta a su fealdad.
Pero no fue así, Ignacio parecía tener como único objetivo, molestarlo y otros muchachos se le sumaron en la parodia. Overo no reaccionaba, se podría decir que tal vez no le fastidiaba o quizás estaría acostumbrado a estos agravios hacia su persona, en verdad no sabíamos por qué dejaba que lo molestaran.
Caminaba con la cabeza hacia abajo, quizás para ocultarla, no lo sabíamos bien. Iba así ese día que lo metieron a la fuerza en el baño. Nadie le prestó atención al hecho pues era el festejo del aniversario del pueblo y la elección de la reina, las muchachas desfilaban captando la atención de todos los presentes que eran prácticamente el pueblo entero.
El muy granuja de Ignacio lo tenía bien planeado. Lo lanzaron a la pista en el momento de anunciar a la reina, maquillado, disfrazado, aseverando sus grotescos rasgos.
Las risas colmaron el salón del aeroclub y aunque los organizadores se apresuraron a sacarlo de tremendo brete, ya era tarde.
Algunos alcanzamos a ver sus ojos debajo de todo ese disfraz, no eran los mismos.
Después de eso Overo desapareció del secundario y supusimos que era por vergüenza y hasta nos sentimos mal en ocasiones, pero la broma todavía causaba risas después de un par de días.
Ignacio se burlaba de la amenaza que le había propinado a Overo, pero los otros muchachos que habían sido sus cómplices contaban que a pesar de la tranquilidad que parecía tener Overo esa noche, la expresión de sus ojos daba miedo.
Como en todo pueblo chico los chismes corren más veloz que una libre y no había pasado más de una semana de la fiesta cuando se supo la noticia.
Ignacio había sido atacado, la gente comentaba que las lesiones eran graves, todas en el rostro, con un cuchillo que en el campo llamamos verigero, había quedado desfigurado.
Otros en voz baja decían que la policía estaba detrás de Overo, pero nadie sabía si eran rumores o tan solo chismes de pueblo.
Todos en la escuela hablaban de la mirada de Overo y aunque nadie lo decía, estábamos seguros que él había atacado a Ignacio.
No supimos que fue de Overo. Pero siempre nos preguntamos si Overo era el verdadero culpable o Ignacio lo había llevado a la locura.

Pretendiendo

El impenetrable aire
que no respira, suspira
anda a tientas,
descansa en una esquina.
Se diluye en el cielo,
en la ancha planicie,
en un vuelo traslucido,
en recuerdo de amores.

Se derrama en el polvo
de aquellos muertos,
que se llevaron fotos
de eternas pasiones.
Vivieron caricias furiosas
empapadas de sudores,
impregnados de aromas
de los que yacieron a su lado.

Cementerio del pasado,
el que no ve,
es porque no sabe
la tragedia de no haber amado.

El que admira de lejos
atrapa escasas migajas
de lo que algún libro
le cuenta en sus páginas.

Soluciones

Después de tantos días en el hospital, lo que más ansiaba Anabela era llegar a casa, a la paz y tranquilidad del hogar. Comer su propia comida, dormir en su cama y que Augusto la abrazara para hacerle sentir que ya todo estaba bien.
Pero algo había sucedido. Al llegar a la casa vio que las cosas se habían convertido en algo frio, Augusto inerte, con el cansancio lógico de los días sin dormir mientras la cuidaba, se acostó inmediatamente para descansar o para aislarse de la realidad, mientras Anabela cansada de estar en cama, solo deseaba ponerse al corriente con todos los quehaceres y cosas que habían quedado pendientes.
Entre ellas debía leer sus correos. Para su sorpresa unos de los mail era de Augusto, fue el primero que leyó, nada era más importante, pues lo amaba.
Pero no era lo que ella imaginaba, lo leyó de principio al fin atónita, al terminar cerró todo y apagó la computadora.
Su cerebro confuso todavía no podía comprender, ni encontrar la solución a tremendo conflicto que le presentaba Augusto, por qué había esperado a que ella saliera del hospital para escribírselo, ¿no había podido enfrentarla?, se preguntó.
No había podido contra su curiosidad y había hurgado entre los mail que ella tenía con algunas personas. Las palabras que Anabela usaba en esos mensajes para Augusto estaban totalmente fuera de lugar.
Pero para ella, era volver sobre la misma discusión que ya habían tenido varias veces con anterioridad, se sintió atacada, puesta en un nivel de engaño que no existía y no existiría nunca pues lo amaba realmente.
Parecía que a Augusto siempre le costaba comprender que Anabela lo amaba de verdad, que el lenguaje de tutearse con otros no significaba nada más que una apertura a la confianza para decirse las cosas, “a calzón quitao”.
Augusto durmió todo el día, Anabela no quiso enfrentarlo, pues sentía que no lograría llegar a él.
Cuando por fin Augusto se levantó, no le dirigió la palabra y aunque Anabela moría por dentro no deseaba ser la primera en plantear la situación. Esperó en silencio aunque esto fuera una tortura.
-Tengo que decirte algo importante - comenzó Anabela.
-Ahora - dijo Augusto como queriendo extender las cosas, pues él tampoco quería hablar.
-Sí - ahora.
-Te escucho, entonces.
-Me marcho de casa
-¿Cómo’?
-Lo que oyes
-Necesitas algo
-No, no te preocupes, que no voy a pedirte dinero- dijo Anabela con tono desafiante para que saliera todo a la luz. Esperaba que él le dijera ¡No te vayas!
-¿Adonde pensás ir?
-Todavía no lo he decidido, estoy algo confundida- Mintió
-¿Necesitas que te ayude en algo?
-No, gracias, no necesito esa clase de ayuda.
Se hizo un silencio que la persiguió por varias cuadras aun después de que Anabela cerrara la puerta tras de sí. Ya en la calle, pensó si realmente estaba confundida y se dijo a si misma ¡Claro que no! Sé perfectamente adónde voy.
Voy al cielo o al infierno donde me reciban
Y se quedo esperando el próximo tren, parada sobre las vías.

Los rostros

Despertó demasiado tarde o demasiado pronto.
Lo primero que sintió fue el peso del cuerpo sobre ella, luego la oleada del nauseabundo olor del alcohol mezclado con otras hiervas.
No tenía idea de donde se encontraba pero el cuerpo que empujaba el suyo penetrándola brutalmente no se detenía y comprendió de inmediato lo que estaba sucediendo.
Una gota de sudor cayó dentro de su ojo izquierdo y automáticamente en un reflejo involuntario cerro los dos. Así se quedó no quería ver el rostro de aquel que apretaba tanto su pecho que casi no la dejaba respirar.
Pronto definió voces a lo lejos, parecían provenir de la habitación de al lado. El cuerpo del agresor la liberó, lo escuchó caminar, supuso que hacia la salida y cerrar la puerta tras él.
Escuchó a las voces que lo vitoreaban, como si el muy crápula hubiera realizado una proeza.
Continuó con los ojos cerrados no se atrevía a abrirlos, quería pensar que se trataba de una cruel y horroroso pesadilla, pero volvió a oír la puerta abrirse y tuvo que enfrentar la realidad.
Este la volteó boca abajo, con el torso sobre la cama y de la cintura hacia abajo colgando hacia el suelo, pretendiendo que ella se sostuviera con las rodillas.
Ebrio e intoxicado no logró que su cuerpo le respondiera y luego de un par de intentos se dio por vencido, se paró, la tomó del cabello tirando su cabeza hacia atrás, mirándola a la cara, luego la soltó y antes de alejarse la pateó como si ella fuera un animal.
Salió de la habitación anunciándoles a los demás que ella ya no servía, dijo que prácticamente estaba muerta.
Ella sintió un líquido caliente que comenzó a correr entre sus piernas y supo en ese momento que todos y tal vez varias veces habían estado dentro de ella, lastimándola.
Esperó unos minutos y comenzó a abrir los ojos, miró hacia la puerta. Sabía que aunque quisiera escapar, por allí era imposible, recorrió con la mirada el resto de la habitación en busca de otra salida, o aunque más no fuera un baño donde pudiera asearse de toda esa vergüenza, de esa costra que sentía sobre su cuerpo, una interminable mezcla de sudores ajenos que solo traían a su mente imágenes de lo seguramente habían hecho con ella, todos esos que se hacían llamar hombres.
Por fin halló otra puerta, seguro era el baño, pensó. Su cuerpo adolorido, débil no le respondía, luego de varios intentos fallidos pudo bajar de la cama.
Se arrastró centímetro a centímetro hacia esa puerta, tomó el picaporte con las dos manos y se colgó de él para que el peso de su cuerpo la abriera. Y se abrió.
No era el baño sino tan solo el armario. Se le agolparon todos los sentimientos en el pecho, una lágrima rodó por su mejilla, olvidando el dolor de su cuerpo y en un acto de desesperación azotó la puerta con ira.
Inmediatamente las voces del cuarto contiguo se alborotaron, sabía que se acercaban, se acuclilló, solo podía pensar en que no quería ver sus rostros, apoyó su trasero desnudo en la pared y sintió en su espalda el frío cristal de la ventana.
En ningún momento sacó la mirada de la puerta, sabía que entrarían. El picaporte se movió hacia abajo ella se inclinó hacia delante y hacia atrás con todas sus fuerza rompió la ventana.
La caída le pareció lenta casi como un vuelo, al llegar al suelo supo que parte de su cuerpo estaba sobre césped, pero parte de ella había aterrizado suavemente sobre la vereda. En ningún instante pudo dejar de pensar en que no quería ver esos rostros, aliviada de haber logrado lo que pretendía sintió cansancio, olvido el dolor y se introdujo plácidamente a un sueño reparador, con los ojos bien abiertos.

La olla de agua hirviendo

Puso una olla en el fuego, se sentó a la mesa y abrió la Biblia.
En silencio, llorando sin lágrimas, seguía oyendo a los fantasmas susurrándole aberraciones, cayéndoles la baba por la comisura de sus sonrisas lujuriosas.
Nunca debió haber dejado que llegaran a él, jamás podría perdonarse. Sus manos temblaban incontrolablemente. En la casa solo podía oírse su voz. La palabra del Señor lo llevaría a la liberación.
El párroco se lo había dicho, cuando él le contó que hacía quince años había tenido un amorío del cual había nacido una niña y ahora se enteraba de ello.
Le había dicho que era la oportunidad de resarcir aquel pecado acercándose a la niña como el padre que ésta necesitaba.
Carlos hacía mucho que se refugiaba en la religión para ahuyentar sus fantasmas y acató las palabras del párroco.
La visitaba con frecuencia, proveyéndola de todo lo que estaba a su alcance. Salían de paseo y charlaban.
Pero en las noches Carlos no quería dormir, porque era cuando sus fantasmas se hacían presentes, atormentándolo con visiones atroces, empujándolo, endulzándolo de placeres prohibidos, inhumanos.
Cada noche después de visitar a su hija se negaba a dormir, aunque a veces el cansancio lo vencía, caía en un profundo sueño y despertaba sobresaltado, empapado en sudor, sintiéndose asqueado de sí mismo.
Se daba duchas largas, tallando su cuerpo con un grueso cepillo, tratando de limpiarse por fuera hasta llegar a lo más profundo de si mismo…….y así olvidar.
Pero hoy los fantasmas se habían hecho reales, lo habían atrapado, doblegándolo totalmente ante sus manipulaciones, venciéndolo, sin poder evitar la tentación.
Ahora su hija estaba en su cama, violada y muerta. Sus fantasmas habían sido mas fuertes.
La biblia seguía temblando entre sus manos mientras las imágenes de su pecado lo torturaban, aunque él leyera cada vez más alto la palabra del Señor.
La olla comenzó a hervir. Ya no quedaba nada más por hacer, solo debía limpiar su alma impura.
Realizó una llamada y tomó una jarra. La llenó de agua hirviendo. Se hizo la señal de la cruz y le pidió fuerzas y liberación al Señor.
Bebió prácticamente toda la jarra, ni un solo grito salió de su garganta antes de caer al suelo, retorciéndose.
Cuando lo encontraron sus ojos estaban desiertos, los fantasmas habían partido.

Desdoblándome

Me quedaban pocos cuadras para llegar a casa cuando sentí el frío que se escurrió por mi espalda, ese frío que te hiela de adentro hacia afuera.

El viento silbó en mi nuca y tirité, la noche ya no me pareció una noche cualquiera, la vi más oscura que otras, con un silencio que repiqueteaba en los techos, con sonido a hojalata que se mecía constante como una música lúgubre.

Quise convencerme que la negrura de esa noche era por la época del año y ese silencio extrañamente acancionado era el habitual.

De repente, mi corazón latió en estampida, mis piernas aceleraron el paso instintivamente. Recordé a la abuela que era sabia en cosas de las noches y muchas veces había dicho:“Hay noches que son otras noches, diferentes a todas las noches.

Hay que tener cuidado con esas noches, cuando el silencio tintinea sombrío. En ellas la luna se esconde, se acurruca detrás de la niebla que a la vez la envuelve, le tapa sus resplandecientes ojos para que no vea las atrocidades de las sombras.

Sombras viejas de andar que no tienen quien las lleve colgando, deambulan solas sin un hilo conector de alguien que las proyecte, cavilan incongruentes, se esconden en la oscuridad dejando un olor a muerto milenario.

Dicen por ahí que se meten en uno, penetrándote con aroma a podrido. Ellas, hurgan almas descoloridas que acunan odios y se anidan en los cuerpos agrandándose de ira, estirando los brazos y las piernas.

Se apoderan de aquellos que viven masticando rencores, carcomiéndoles el corazón hasta que ya no son ellos mismos. Con los primeros rayos del sol emprenden la retirado dejando aberraciones inimaginables.”

El golpe seco de algún objeto que cayó al suelo me alertó arrastrándome de vuelta a la noche. Tardé un poco en ser yo misma cuando una oleada pestilente paseó por mi nariz. Seguro se volcó algún tacho de basura, me dije susurrando. Pero mis piernas independientes de mi, emprendieron una carrera loca hacia mi casa, el ululante viento helado me perseguía escarchándome el aliento agitado. A tientas y desesperada entré a casa, cerrando la puerta tras de mí en un apuro violento ante una persecución inexistente hasta ese momento.

Recostada contra la puerta exhalé un suspiro de alivio que me provocó nauseas. Tranquilicé mi palpitar queriendo despejarme de las historias absurdas de la abuela.

Una placida sensación de alegría se pintó en mi rostro incrédulo, por un instante la felicidad mustia caminó bajo mi piel llenándome de un fuerza que nunca había sido mía.

Mis pasos sonaban extraños, arrullaban un andar de otro mientras penetraba mi casa. No sé cuando deje de ser yo, quizás camino a la cocina y al entrar mis ojos se quedaron estáticos ante el plateado brillo del cuchillo sobre la mesa, no era mi mano la que lo cruzó sobre mi cuerpo y no parecía mi sangre la que estallaba salpicando la mesa, haciéndose lenta mientras recorría el plástico y petrificándose en gotas que me resultaban ajenas en un tiempo sin medida que tampoco era mío.

Lo vi todo como detrás de mis ojos que ya no eran míos, una carcajada se desprendió de mi boca mientras las sombras parapetadas en la ventana aullaban por entrar.

Me desvanecí mientras algo o alguien se escurría desde mis poros, ahogándome en un sonido que se transformaba en canción tenebrosa y todo lo invadía con un olor nauseabundo.

En vano mi mente me dijo que alguna sombra furtiva había entrado conmigo a casa, que ya no era yo sino la sombra que mientras yo me desangraba ella se pavoneaba victoriosa, engrandecida con piernas y brazos que se había alimentado de todos mis odios.

miércoles, 24 de junio de 2009

Absorto en su arte

Detrás de los alaridos
admiraba su azote constante,
absorto por la genialidad
de su crueldad infinita.

Abriendo franjas, largas,
finas, tersas, intensas,
rojas carmesí corría lenta
y suave sangre caliente.

Destellos de ira
pestañaban en su mirada
atravesando su cordura
llegando a la locura.

En la comisura de sus labios
se desprendía su inmensa sonrrisa
sus latidos, eran alaridos de placer,
gozo y desenfreno cruel.

Su gemir eran melodías a sus oídos
el crujir de huesos mecía su cansancio,
pintando de azul morado
el cuerpo inanimado de su víctima
escribía en el suelo su pobre vida,
para él, sólo su juguete preferido.